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BOGOTACITA

 

Por Manuel Hernández B.


 

Soporte y receptáculo de las migraciones, esta ciudad es un prodigio. Nadie la comprende y los políticos la han explotado de manera aleve. Viejas estructuras de poder, amparadas en la propiedad privada, van llevando la ciudad a ser un jardín de la desigualdad, un ejemplo de los desequilibrios territoriales y la poca sostenibilidad local. (estoy usando, modificado, el título de una excelente investigación de Julio Carrizosa Umaña, del 2005.) Desde la fundación se estableció que el norte era la dehesa y el sur el ejido. Las vacas y la propiedad comunal. (Carrasquilla Botero). Donde estuvieron las vacas se hicieron desecamientos de humedales y se sembraron eucaliptus y en el sur se dejaron capellanías para los indios a ambos lados del río Fucha, los terrenos del Tunjuelito. Hacia 1948 era demográficamente insignificante pero tenía hábitos de metrópoli. En Boyacá se difundió el rumor de que en Cundinamarca y en la Capital pagaban el trabajo, sí así como suena, pues El Siervo sin Tierra de Caballero Calderón era un aparcero, arrendatario, terrazguero, como investigó Fals Borda. Muchos migraron para recibir salario, empleadas domésticas y peones de labranza. Los niños acarreaban ladrillos, como muestra la película Chircales. Y llegó el progreso. Es decir la mano de obra más barata imaginable. Pasó de menos de ochocientas mil personas a más de 2 millones y medio de habitantes en diez años. Inimaginable. Ospina y Mazuera ocupaban los cargos de presidente y Alcalde por mantenerse “a la vanguardia del progreso urbano” como reza el volante de la firma Ospinas & Cia, S.A. de 1946. Esto nos lo recordó Niño Murcia en el libro sobre el 9 de abril con fotografías de Sady González. Entre el 50 y el 60, crecieron las universidades privadas bajo la mirada complaciente de Lleras Camargo, para crear un antídoto anticomunista, se construyeron las academias bilingües, el Colombo, La Alianza, el Icetex, etc. En 1987 hubo una crisis de capital financiero para afrontar el progreso y los nuevos ritmos urbanos: privatización total del trasporte y ahondamiento de las dos ciudades como en un título de Dickens. La de las urbanizaciones para ricos y la de las invasiones detrás de los barrios obreros. Las corporaciones de Ahorro y Vivienda ya habían hecho simbiosis de capital con La Lonja desde el 72, y por lógica mundializada había que iniciar una campaña de city marketing. La lógica territorial de ser una “tacita donde se lee el chocolate” iba a ser rebasada. En verdad, la sabana de Bogotá es un gran humedal resecado, rodeado de montañas, cualquier turista lo entiende desde Monserrate.

Pasando de la macroscópica temporal a la mini, la última recepción de ochocientas mil personas está documentada en un certero volumen de Andrés Salcedo. Son los desplazados de las mil violencias colombianas articuladas desde la presidencia de la República entre 2002 y 2012. El libro estudia la soldadura del desplazado a Bogotá, sus hábitos de socialización positiva y el encuadre de cómo Bogotá los recibe y asimila. El estudio solo observa los años comprendidos entre 2002 y 2005, su título lo dice todo: Víctimas y Trasegares. Junto con los estudios de María Teresa Salcedo, largas y profundas investigaciones sobre percepción juvenil de la seguridad y pandillas y objeción de conciencia, son los más fehacientes testimonios de lo que puede ser la importancia de la antropología urbana como disciplina. Pasamos de BOGOTACITA a BOGOTÁCITA. Todo esto es lo tácito, lo sabido y no dicho. El ejercicio del silencio encubridor. Pero esto es lo más histórico de la tacita: su poblamiento, en ese cercado de labranza, que es lo que en muisca quiere decir Bacatá.

No nos conmovemos con los desplazados del país a Bogotá, y nos conviene mediáticamente prolongar la guerra, preocupándonos por los quince mil damnificados de las políticas, también electorales, de Maduro. Los periodistas deberían leer un poco de la nueva antropología urbana.

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