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Narrativa del cambio: antídoto contra la queja. 

                            Por Hernando Mestre       

“Sé delicado en tu ejercicio. Piensa en el método como si fuese un fino riachuelo plateado, no una violenta cascada. Sigue el riachuelo, ten fe en su curso. Seguirá su propio camino, serpenteando por aquí, discurriendo por allá. Encontrará las ranuras, las grietas, las hendiduras. Simplemente síguelo, no lo pierdas nunca de vista. Él te guiará. “

Sheng- Yen


 

Dos escenas

A.

Una cita movida por la atracción. Dos personas conectan sus ojos; sus miradas sincronizan la navegación de movimientos y palabras. Es el imperio de la comunicación multimedia. La mente registra el entorno, la temperatura, la forma en que están servidos los platos, la música, el sonido de la voz de esa persona, su aroma. El sistema límbico coordina sutilmente nuestros movimientos con los del otro ser; se gesta un baile que parece escrito en un guión. Conversación y emociones fluyen como el riachuelo que narra Sheng-Yen.

 

Conectamos cada detalle, sin ser conscientes de ello; cada elemento es reinterpretado a través de las emociones causadas por tal escena.

El sentimiento crece, las hormonas producen respuestas de placer en nuestro cuerpo, lo racional se matiza y nos permitimos sentir y crear. Lo curioso es que la mente proyecta una historia basada no tanto en la persona que estamos conociendo, sino en los registros previos que hemos experimentado. El tiempo vuela. Se hace corto, muy corto.

 

B.

Atendemos una reunión que registramos como un Déjà vu. Oímos los mismos problemas de siempre y sentimos las mismas justificaciones de siempre, una suerte de justificación del 

fracaso. Se repiten episodios que conducen a aceptar las fallas repetidas como destinos inevitables, fatalistas. La mente divaga, atrapada en un universo paralelo, estático; dominada por una niebla que no se disipa. Se distancia de los eventos. Alcanza a notar ataques velados, disculpas, negativas a la acción, sugerencias que se disuelven en el éter; algún problema por allá, otro conflicto por acá, pero nada realmente notable, relevante; ninguna señal de movimiento. La niebla del exceso de información y ausencia de desplazamiento apaga la mente.

 

Dos situaciones que ilustran desde la cotidianidad, cómo el tiempo se percibe de manera relativa al contexto que vivimos. Durante la cita iluminada por la emoción del encuentro, el volumen de información es alto, existe un enfoque claro; el interés manifiesto dimensiona cada elemento del entorno como parte de un diseño perfecto que parece cine. El tiempo es insuficiente, se atesora cada instante, hay una historia.


En la reunión sin rumbo, el volumen de información es grande (mucho mayor que el de la cita), pero no es codificado por nuestra mente como algo importante; lo percibimos como irrelevante, haciendo de ese momento un evento interminable. No hallamos conexión entre elementos y no palpamos una relación de hechos.

 

El interés narrativo del tiempo

Existe una conexión directa entre nuestro interés y la percepción del tiempo, entre las emociones y nuestra capacidad de comprender el mundo.

 

Si se considera que el cerebro es hardware y la mente, software, el tiempo de calidad germina en entornos donde el cerebro puede identificar cambios que tienen sentido. Esos cambios son el tiempo que comprendemos.

 

Por otro lado, lo inconexo, caótico o abrupto llega como inmovilidad y amenaza; renunciamos a la interpretación y nos cerramos; no hay desarrollo mental y se cierra la capacidad de comprender el mundo. 

 

Vivimos en un mundo impregnado por caos informativo que puede causar oclusión mental. Tropezamos a diario con obstáculos que impiden tallar la mente de forma natural, cercana al talento narrativo que compartimos como especie. Escándalos cotidianos, desenlaces frustrantes, intrigas, rumores, son registrados como la niebla de una reunión interminable que no construye comunidad, que cultiva queja y dependencia, alterando nuestra capacidad cognitiva.

 

La mente es como un software capaz de autoprogramarse; nuestros talentos, experiencias y aprendizajes estructurados en sistemas y procesos. En ese orden de ideas, un cerebro que no puede registrar y reseñar historias, no alimenta el software, no desarrolla talentos, se hace distante de su propia identidad y genera personalidad dependiente. Pierde su “código de auto-programación” y deja de aprender.

 

En entornos estáticos y recurrentes irrumpen comportamientos cíclicos basados en creencias, encendidas por la frustración. Impera la interpretación mítica de la realidad. La frustración se desahoga frente a ese conflicto no resuelto con reacciones puntuales, inconexas, o manipulables por terceros, que ahondan problemáticas e impiden la mejora. Sin reconocer patrones y rutas, somos incapaces de comprender o construir el sentido del nuestro mundo.

 

De allí la importancia de narrar historias y hacerlo bien, para conectar el desarrollo mental a través de mejores sentimientos. No somos seres racionales; somos seres emocionales, que además podemos razonar. Aplicando este principio, debemos conectar gestión, información y comunicación con narraciones emocionalmente positivas. El gusto, el orden lógico, la búsqueda de justicia, la consecución de un objetivo claro, la alegría, el sentirse parte de un grupo, el reconocimiento humano, la promesa cumplida en nuestras vidas, son verdaderos estimulantes neuronales y puntales para la elaboración del guión del cambio. Las emociones constructoras son base de la narrativa que necesitamos.

 

 

Sin emociones no hay historias, y sin historias, no hay cambio.

 

Un estudiante aprende asignaturas complejas y crea conocimiento cuando ejecuta un proyecto que le apasione, cuando puede crear su propio libreto en la vida real. Sin ello la información desaparece en la memoria de corto plazo, porque no existe asociación emocional con la información. Sin motivación no hay emoción, sin emoción no hay aprendizaje. Ocurre día a día en colegios, empresas, ciudades, comunidades y países.

 

Así como el cuerpo refleja lo que comemos y determina nuestro bienestar físico, la mentalidad refleja lo que aprendemos y define nuestro estilo de vida, incluyendo el grado de placer o dolor que somos capaces de sentir o soportar.

 

La incertidumbre informativa conducida por emociones de bajo nivel como el miedo, el desinterés y el individualismo, desarrolla en las personas comportamientos incoherentes con su propio bienestar, incluyendo la búsqueda inestable de la recompensa inmediata o del pillaje social.

 

Necesitamos argumentos coherentes, consistentes, envolventes y persistentes que conecten el sistema límbico de placer y recompensa con el desarrollo de talentos. Esos argumentos se transmiten gradualmente como narraciones que integran mensajes, imágenes, sensaciones, vivencias, oportunidades, reconocimiento, acuerdos, imaginarios, beneficios personales y grupales, aprendizaje y aporte medible. Estas dinámicas construyen comunidades con objetivos comunes, inspiradas por momentos memorables.

 

El libreto comunicado, dialogado y practicado es el sistema nervioso y circulatorio del desarrollo; es la expresión última de la comunicación. No bastan los datos de sentido publicitario (clásico), lírico o cinematográfico; se trata de activar guiones multidimensionales transformados en acciones reales de gestión, medibles y verificables, que cada miembro de la comunidad siente como la emoción del logro. Se trata de crear entornos donde las personas puedan enamorarse de sus procesos de mejora.

 

Todo parte de la valoración y estímulo a los anclajes culturales que hacen identidad; pero también implica abandonar creencias y apegos, que son justificaciones enraizadas en nuestra mente en virtud de la exposición permanente a entornos indefinidos, abruptos o caóticos.

 

Desde lo práctico, es preciso considerar que las personas, en ausencia de argumentos sensibles, forman mentalidad de combate, orientada hacia la supervivencia inmediatista e individual; nacen desórdenes pasivo-agresivos vestidos de queja. Es importante aceptar, sin embargo, que en entornos específicos, la queja, resignificada como orientación para mejorar, puede hacer parte de una narrativa del cambio.

 

 

 

Salidas naturales frente al facilismo de la queja: resignificación

No se trata entonces de instigar o aterrar, sino de abrir caminos estratégicos que se perciben naturales. Se trata de reordenar y resignificar la estructura de recuerdos en la mente colectiva de las comunidades, respetando su riqueza identitaria. El punto es comprender cómo podemos resignificar no solamente vivencias actuales, sino recuerdos.

 

Neurólogos como Oliver Sacks han descubierto que los seres humanos no recordamos hechos. Cuando hacemos remembranzas sobre esa bicicleta anhelada en navidad, cuando revivimos nuestro primer amor, cuando recordamos la graduación, no estamos consultando hechos. Estamos reinterpretando el archivo mental correspondiente a ese momento. Si estamos bien profesionalmente, la graduación es un gran recuerdo. Si estamos frustrados en nuestro trabajo, ese momento no siempre tiene la mejor recordación. En términos prácticos, el cambio no solo es necesario, sino realizable, porque podemos incidir en la interpretación del recuerdo a través de la experiencia presente. En pocas palabras, si nuestro entorno actual mejora con mejores historias, el significado de nuestros recuerdos, mejora.  

 

La narrativa integrada es el libreto que vence incredulidad y la resistencia al cambio, con vivencias positivas en cada instante, en cada momento; es la superproducción fílmica 4D, donde la gente es protagonista que la vive como una experiencia de espacio-tiempo.

 

Así se abren ojos y activan mentes, hecho comprobable en miles de cambios organizacionales (incluyendo varios en los que ha participado el autor de estas líneas); así como en naciones que reenfocan su camino. La queja muta en acción propositiva. La queja es respuesta primaria del cerebro dominado por emociones forjadas al calor de entornos que no ha comprendido. La narración enfocada en objetivos comunes, desde y para la vida de las comunidades, fertiliza terrenos donde la queja se evidencia como una actitud primitiva que alimenta lo estático; se abre así el espacio para la propuesta, el ejemplo, la comunicación, la gestión y por supuesto, la comunidad.

 

Las historias enfocadas son el caldo primigenio donde las comunidades aprenden a escribir, describir, sentir y actuar sus propios argumentos, mientras surgen talentos en lugares insospechados. El cambio halla ranuras para fluir, mientras la gente se enamora de él en sucesivas citas; las personas dejan de ser público pasivo, para ser protagonistas del cine real en su propia existencia.


 


 

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