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Agradézcanle a los Mamertos 

Eduardo Arias Villa

Mamerto es un insulto de grueso calibre. Aún más que guerrillero. Es equivalente a paraco, traqueto o narco.

Lo curioso del caso es que muchos de quienes emplean la palabra mamerto para descalificar y humillar a su adversario deberían estarles muy agradecidos a los mamertos. A los mamertos de verdad.

Cuando en Twitter me dicen mamerto, muchas veces me tomo el trabajo de mirar quién es la persona que utiliza el vocablo para agredirme. Muy de vez en cuando es algún heredero de las grandes familias tradicionales. De la oligarquía, por decirlo en lenguaje mamerto. Pero estos suelen ser una inmensa minoría.

La gran mayoría de quienes me atacan con esa palabra suelen ser jóvenes y no tan jóvenes hijos y nietos de trabajadores y profesionales que pudieron vivir y crecer en un barrio seguro y cómodo, asistir a un buen colegio y seguir una carrera en una universidad privada, lejos de los agitadores y los terroristas de las tan temidas universidades públicas. Miro sus fotografías y sus rasgos evocan un origen humilde, campesino. Casi siempre están peluqueados al rape, como si fueran soldados o paramilitares.

En las fotos de sus avatares muchas veces se ve que todos aquellos enemigos a muerte de “lo mamerto” viven en casas cómodas, con buenos muebles, televisor, equipo de sonido. A veces en sus avatares posan acompañados de una mujer y uno o dos hijos. Estos enemigos acérrimos de los mamertos conforman familias acomodadas. Muy seguramente tienen un carro propio y un empleo bien remunerado.

¿A qué viene toda esta disquisición?

Para comenzar, es necesario recordar muy brevemente de dónde viene el tan sonoro sustantivo adjetivado de mamerto. Se refiere a Gilberto Vieira y Filiberto Barrera, dos dirigentes del Partido Comunista Colombiano que se oponían a la lucha armada y que seguían las orientaciones de Moscú. A ellos, y por extensión a sus correligionarios, porque el comunismo es una religión como cualquier otra, comenzaron a denominarlos “los mamertos”. 

Como es bien sabido por quienes alcanzamos a vivir los convulsionados años 70, existían serias diferencias de discurso y doctrina entre las distintas facciones de la izquierda. Estaban los pro soviéticos, pero también los castristas, los guevaristas, los maoístas, los troskistas, los seguidores del líder albanés Enver Hoxha… así que el término mamerto lo empleaban los troskistas y los del MOIR maoísta para referirse de manera despectiva, insultante, a los del PC.

Dicho lo anterior, y a manera de paréntesis, resulta muy irónico que tachen de mamerto a Jorge Enrique Robledo, miembro del MOIR, quien utilizaba esa expresión para atacar a sus antagonistas,  seguidores de las doctrinas de Stalin y Leonid Brezhnev.
Una vez establecido que mamerto es todo aquel que sigue a rajatabla y de manera dogmática el pensamiento de Lenin y Stalin, queda claro que fueron ellos, o al menos sus ideólogos, quienes generaron en el mundo occidental eso que llamaban el miedo al comunismo. “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Así empieza el Manifiesto Comunista que escribieron Marx y Engels en 1848.

La revolución bolchevique de 1917 inspiró a las clases trabajadoras de muchos lugares del mundo. Y, al mismo tiempo, asustó a las clases dirigentes, que sabían muy bien que no podían reprimir indefinidamente a los proletarios del mundo a punta de bolillo, plomo y calabozos.

Tarde o temprano, los gobiernos y empresarios del mundo, entre ellos los de Colombia, tuvieron que negociar.  Ofrecerles a los trabajadores beneficios laborales.

La Revolución en Marcha del presidente Alfonso López Pumarejo comenzó a reconocerles beneficios a los trabajadores y campesinos de Colombia. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, con el aplastante triunfo de la Unión Soviética en la geopolítica de Europa, el miedo al fantasma del comunismo aumentó, y hasta la caída del muro de Berlín amplios sectores de las clases trabajadoras, así como empleados y profesionales, se beneficiaron de ese miedo a la URSS. 

Es decir, más primas, cesantías, pensiones  a temprana edad, seguridad social, remuneraciones por horas extras y festivos, accesos a créditos blandos y demás. Gracias a estos beneficios, muchos esforzados trabajadores pudieron ahorrar, acceder a créditos blandos, progresar.

Muchos de sus hijos y sobre todo los nietos hoy despotrican de las FARC con argumentos más que válidos, que yo mismo comparto. Pero también meten en el costal de los mamertos a quienes hablan de derechos humanos, de medio ambiente, de reparación a las víctimas, de libertad de género y de orientación sexual.

Así les duela en el alma, esta derecha y a ratos ultra derecha de clase media y media alta que se motila al rape, que se comporta como Santodomingos wannabes, Ardilalülle wannabes, Sarmientoangulos wannabes y Sindicatoantioqueño wannabes, tiene una deuda muy grande con Marx, con Engels, con Lenin, con Troski, con Stalin, con Mao y con Fidel Castro. Con el fantasma del comunismo que en 1848 recorría Europa y en 1917 recorría el mundo. 

Estos antimamertos de cercano ancestro campesino y trabajador, que tienen casa y manejan carro propio, tienen una deuda inmensa con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el norte geográfico e ideológico de los mamertos. Y también, aunque se les encalambren las tripas de los retortijones que les dará leer esto, con los luchadores sindicales  colombianos de la primera mitad del  siglo  XX. 

Esos sindicatos mamertos que tanto asco les genera hicieron posible que sus abuelos pudieran garantizarles a sus padres y, por añadidura a ellos, acceso a la educación y a un empleo bien remunerado.

Si no hubiera sido por el Fantasma del Comunismo se habría mantenido por ni idea cuántas décadas o siglos más un régimen laboral tan precario, que pensar en ahorrar para vivir en una mejor casa o darles educación universitaria a sus hijos y nietos habría sido una utopía, a menos que se dedicaran a actividades ilegales.
Por eso, estimado joven y no tan joven de clase media y media alta admirador de Uribito, de Bernardo Moreno, de Pachito Santos, de Edmundo del Castillo, de José Obdulio Gaviria, de Fernando Londoño Hoyos, de María del Pilar ‘La Coneja’ Hurtado, de Luis Alfonso Hoyos, de Sabas Pretelt de la Vega, de Jorge Noguera, de Jorge Pretelt, de Jorge 40, desprecie todo lo que quiera a los mamertos. La gratitud no es una obligación. Pero al menos recuerde que ellos, sus odiados mamertos, contribuyeron en gran medida al bienestar de sus abuelos, sus padres y, por lo tanto, al actual bienestar del que usted goza.

 

 

 

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