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La Discreción del Amanecer

José Gandour

 

 

Abro los ojos. Por fín logro abrirlos.

No sé qué hora es, pero es evidente que, después de 5 años de no ver nada y de estar sujeto a esta cama, dudo por un momento que sea de noche. Me he acostumbrado demasiado a la oscuridad. Me ha llegado a gustar.

Las persianas están entreabiertas y noto que a lo lejos hay un reloj que señala... vamos a ver... ummm, creo que dice 4:18 am. Sí, 4:18.

Abro los ojos por primera vez desde que... y nadie se ha dado cuenta. He pensado en este momento y he imaginado los aleluyas de mi madre agradeciendo al cielo semejante momento, las enfermeras corriendo a avisarle a la prensa lo ocurrido, luchando por la exclusiva. A más de un amigo, del grupo de oportunistas que siempre me rodeó, tomando la primera foto con su celular, y subiéndola inmediatamente a las redes sociales, para ser el glorioso mensajero del instante. También imagino a los que antes de... se despidieron de mala manera de mí y me desearon la muerte y que ahora deben estar arrepentidos de todas las maldiciones que me lanzaron en privado. Al increíble club de fans, que no ha dudado desde el primer día nombrar a un representante comisionado a entrar en la habitación para agradecerme haber sobrevivido y, cómo no, tomarse otra foto en su celular para ser la envidia de sus colegas. Seguro que si se dan cuenta, y la noticia vuela, las radios vuelven a reventar mis canciones y los dueños de la disquera tendrán millones de copias de mis álbumes en poco menos de 3 horas en todas las tiendas del continente y vendrá el jefe de todos ellos, ya no con su celular sino con la fotógrafa profesional de turno, a tomarse una foto en mi lecho, después de 5 años de no asomarse por estos lados.

Sí, porque, aún con los ojos cerrados, los he escuchado a todos, a todos. Sé quienes estuvieron, quienes lloraron, quienes intentaron hacerme reir (algunos lo lograron, sin darse cuenta) y quienes se acercaron a mi oído, grandes actores ellos, y con el gesto más lastimero y más silencioso, codiciaron el fin de mis días, no sin antes desear que mis venas se llenaran de mucho dolor por mucho tiempo. Igual, los entiendo. Quizás el mayor castigo que recibieron por ello fue vivir todos estos años sin recibir las buenas noticias de mi deceso.

Otra vez veo a través de las persianas. 4:28 y nadie se ha percatado. Igual, abrir los ojos no creo que altere mucho mis signos vitales. Levanto un poco la cabeza y observo cómo está decorado el cuarto. Yo, uno de los hombres más famosos de mi generación, veo que durante todos estos años he estado recluido en una habitación que apenas tiene equipos medicos de sonido discreto, un cristo que no se percata de mi repentina resurrección y sigue impávido colgado de los palos, unas flores en una mesa lejana y junto a ellas una biblia que debió dejar mi madre a medio leer hace mucho tiempo. Todo es blanco y monótono. Sólo cambia el panorama cuando algún pájaro tapa los faroles de la calle y las sombras de las persianas se agitan levemente.

 

Ah, si, hay un televisor en la esquina.

A  veces lo encienden cuando, cada vez menos, hacen uno que otro tributo a mi obra en los canales, o cuando alguno de mis excompañeros le pide a los fans que tengan esperanza, que pronto yo volveré a cantar y que todo lo que me ocurrió pasará rápidamente a ser una simple anécdota. Ni ellos mismos se creen su discurso últimamente, pero es que igual, quedarían como un zapato si dijeran que ya no cuentan conmigo desde hace mucho tiempo.

4:40 y nada cambia. ¿Será que les mando una señal? ¿Intento gritar? ¿Es hora de intentar pararme, al menos para caerme y que alguien venga a recogerme? Todo está tan silencioso. Mejor así.

Alcanzo a ver mis brazos. Más blancos y flacos que de costumbre. Todas estas bolsas plásticas conectadas a mi cuerpo. Llevo  menos  de  media 

hora despierto y ya entiendo la lástima que sienten todos los que me vienen a visitar. En sus conversaciones he escuchado las frases más estúpidas e insoportables sobre mí. Algunos han dicho, como si disparando exceso de miel cursi y lambonería fueran a aliviarme, que siempre he sido un príncipe, un gran artista, el más elegante de los seductores, que mis letras hicieron el amor a sus oídos, que mis canciones fueron himnos para sus cuerpos. 5 años después y pienso que más de uno repite las incrongruencias que los periodistas dijeron sobre mi trabajo, algunos para congraciarse con mi disquera, otros para obtener tickets gratuitos para mis conciertos y, los peores, porque sinceramente lo creían. Si, no voy a negar que una que otra linea, uno que otro riff que me inventé, tenía avistos de genialidad, pero no exageren muchachos, más se perdió en otras guerras y ustedes no se están quejando. Algunos de los verdaderos héroes han muerto mientras me he hundido en este colchón, a esos si les ruego que los lloren.

Ya casi las 5 am. Estoy cansado. Por eso agradezco esta quietud. En pocas horas la rutina volverá. Mi madre entrará al cuarto, me dará un beso en la frente y tratará, como todas las mañanas, de despertarme con un supuestamente alegre Buenos días. Agarrará mi mano un rato y me contará las novedades del hogar. Se acordará de repente de haberse cruzado en la calle con alguno de mis conocidos, y en el mejor de los casos me dirá que esa persona le dio un abrazo y mandó un beso para mí. Cada mañana que agarra mis manos, siento que ella ya está perdiendo las ganas y que cada día hace más esfuerzo para apretarme los dedos y hacerme sentir que está ahí. Eso sí, hace tiempo que dejó de llorar en mi presencia, se nota que lo hace antes de entrar y que trata de mantener la compostura cuando cruza la puerta de mi habitación. Alguna vez le comentó a una enfermera que sus lágrimas no me iban a ayudar a despertar y que por eso había adoptado una rutina para seguir al frente, que lo demás era distracción.

Veo la primera señal del amanecer. ¿Qué hago? Si, más de uno, en mi puesto, ya hubiera hecho la más ruidosa revolución con tal de dar aviso a todos de mi... ¿recuperación? ¿despertar? ¿milagro? No sé qué hacer. Estoy muy cansado. No tengo fuerzas para hacer nada, menos para volver a dar señales de vida. Parezco Romeo deseando tener más tiempo con Julieta, antes que el alboroto comience. Siento que mis huesos me piden más años de somnolencia y que mi sangre circula con una cancina lentitud que no deja que nada avance.

Escucho que en el pasillo contiguo alguien camina. Viene silbando una de mis canciones, pero no abre la puerta. Sigue derecho. Es una lástima. Mis ojos se están cerrando, mis párpados están más pesados que nunca. No hay remedio. Todo vuelve a la oscuridad, quién sabe por cuanto más tiempo.

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