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Extracto del final del primer capítulo de

La Bitácora del Ibswarck, ficción basada en los relatos de Putcio R acerca de sus últimos días en Bogotá durante los turbulentos años 90.

 

Por Fernando Muñoz Botero

Cárnasso y Párulo esperan sentados en un fastuoso trono sostenido por dos muchachos dorados que llevan por disfraz cabezas de buey y pronunciadas prótesis para ocultar sus vergüenzas. Cárnasso lleva un escote bajo y ceñido el corpiño, las mangas hasta el codo y volantes de encaje que rematan en guantes de terciopelo azul pálido, cubiertos de perlas. Ambos ocultan sus soberbias cabezas con peluquines,  bucles y coleta, muy empolvados, también en la cara, donde Párulo luce un querubín arco iris que juega con las pintas de un jubón muy corto y las medias largas de seda de Bagunzia. Los zapatos, de raso y terciopelo, rematados en punta vuelta hacia arriba y tacones cilíndricos de quince centímetros, son constantemente saboreados por Urpi y Anus, sus aberradas mascotas, dos gigantescos canes que suelen divertirse ultrajando carnalmente a invitados y sirvientes.

 

Más abajo, sobre impecables pieles, juguetean Lihfa y Tzafo, su pareja favorita, que está ahora apunto de casarse. Solo un pequeño taparrabo en plata y onix cubre sus cuerpos grises y en extremo delgados. A la derecha está Nókulos, el pirata, quien posee un barco similar al mío, con su esposa Uterinia que observa espantada como su marido juguetea con el escroto áureo de uno de los encornados sirvientes. También ha asistido Avilsia, mujer de gran estatura, con un actor de tamaño similar, ambos llevan elegantes túnicas con un hueco en el centro que para el deleite de otros deja al descubierto los vellos teñidos de azul de sus zonas nobles. Se afeitan todo el resto del cuerpo, a la usanza de las gentes de Khafor y Styrpo.

 

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Enrico Scaleno, músico famoso, Aureliaco Xniffo, el otro músico, Ferdín Giorno, medico influyente, el señor de Forcheville, Lady Caroline Lamb, Mony Vibescu, André gorge de Val d’or, Harún Raskólnikov, Ed Ricketts y mi amigo del alma el señor D’Pabí.

Todos esperan impacientes el inicio de los juegos, especialmente Fapduleo, quien tras ingerir galones de Ocrabe[1] y otras bebidas antiguas, examina ansioso los folletos, fumigando a un Párulo que ahora frunce el ceño expresando altivez y desprecio. Llegan entonces las muchachas raptadas en La Guaira y se da inicio al sorteo de armas y a la dolorosa imposición de escarapelas.

En este punto de la fiesta me invade un poco el tedio y la desesperación, entregándome incauto a la ingestión acelerada de alcohol.

Nunca he sido del total agrado de las nuevas gentes del río, en un principio, trece o catorce años atrás, apenas de vuelta de la guerra, no podía evitar experimentar cierto aburrimiento ante sus empalagosas y provincianas actitudes y aunque trataba de disimular mi hastío nivelando el humor hacia su tosca ligereza, se hacía evidente en mí una aunque tenue, notable hipocresía, a la que no tardaron en responder con ese comportamiento glacial e impenetrable que aún conservan.

 

[1]Bebida que resulta de la fermentación de escupitajos de maíz, cloro, fenilefrína o en su defecto Dolex.

 Años más tarde y ya en compañía de Fapduleo, me dediqué a asistir a semejantes celebraciones en crecidos estados de ebriedad, lo que aumentó su prevención y disgusto.

Al momento del toque del alurno[1] para el primer sacrificio, me encuentro ya al borde de la incongruencia y el vómito; solicito entonces los servicios de un buen parroquiano para viajar en bote hasta el fondeadero más próximo y obtener de algún rural los famosos polvos de la desesperación, excelentes para la prevención de nauseas.

De nuevo en la fiesta y con el temperamento más a tono empiezo a percatarme de todo cuanto acontece:

A la entrada, Julio y Arno devoran una piña mientras un par de adolescentes rubias de evidente lejana procedencia, tratan de introducir los dedos de sus pies entre las velludas y voluminosas nalgas, ante la quirúrgica mirada del nuevo novio de Avilsia, quien gatea alrededor tratando de encontrar algún lugar en la faena.

En el hall principal una gran mayoría aún disfruta  con la ingestión de dolientes y otras sangrientas actitudes, mientras arriba un grupillo más selecto, se aglutina alrededor del piano donde Lihfa interpreta los céleres cánticos de  Lártiga Perkins, 

 

Casul, Fapduleo y el señor D’Pabi, quien también a decidido acompañarnos, se acomodan hacia el centro del bote dejándonos a un lado en extraña complicidad. Paricarnia opta por el borde buscando el frío de la noche y mientras out of the blue me agarra el garfio, decide dejar caer su enorme cabeza sobre mi hombro, bostezando y  rascándose procaz el borde bajo de la elipse. La seducción nunca es lineal, tampoco lleva máscara-es oblicua .. mamífera, enferma, decadente y recia.

 Apenas el cubhoy[1] da arranque al motor, la rolliza nenorra comienza a musitar y a encogerse como un letóg doméstico[2], su tacto se torna cálido, en extremo cariñoso y siento a través de sus mejillas como los besos se van ha convertir pronto en situación ineludible. Entonces el presagio de cuanto está por acontecer va un poco más allá de las posibles actitudes febriles de la fiesta, el inevitable froterismo y un desventurado amanecer lleno de luz y colores horrendos, entre sábanas extrañas y los horribles síntomas de una inclemente resaca. Repentinamente mi evidente fascinación se convierte en repudio cuando arriba hostigante el recuerdo de las 

delgada mártir de la quinta era a quien un íntegro prelado dominico en un acto desenfrenado de pasión,  hubo de devorarle los pezones. Casi sin darme cuenta y siendo fiel a una costumbre ya tan antigua como mi vida misma, me adhiero al coro con voz de hierro y afanes de atención, para entonar la parte final de la infame cántiga, bajando al borde de la distorsión hacia las partes en que el insaciable cardenal embiste, aterrizando luego en alaridos para los gritos de dolor de Lártiga  y finalmente cantando en falsete su lamento póstumo, mientras yace desangrándose abandonada en un pantano atacando un porro diminuto y último.

Los aplausos, cabecitas y felicitaciones mutuas no se hacen esperar y tras un breve intermezzo de palabras inútiles y halagos falsos y excesivos, los acelerados músicos dan comienzo a una nueva interpretación con el ego más subido y muy entrados en copas. Aparecen entonces Casul y Fapduleo y Paricarnia que exaltados me invitan a “Rectum”, la isla privada de Cárnasso y Párulo, donde se llevan a cabo actos de sublime aberración que desinhiben el espíritu y despiertan  desenfrenados apetitos.

Vacilante consulto los ojos de la infanta por algún signo de aprobación, pero cuando apenas hago contacto con esa mirada insondable y sorda, arriba el transporte público haciendo ya la situación inevitable.

 

[1]Reliquia que conservan nuestros invertidos compadres y que consiste en un cuerno forrado con el célebre y tenso escroto de Truman Culculine, aquel marica notable por sus esculturas priápicas.

dificultades tácticas en que uno se ve envuelto para poner fin a las relaciones ligeras: colosales evasivas, mentiras piadosas, explicaciones infinitas de porqué se acabó el amor, etc. Toda esa aprisionante parafernalia de excusas y truculentos subterfugios hace que en cuestión de segundos la imagen idealizada de esta princesita de ocasión se desplome, y es entonces cuando un patogénico análisis del hasta ahora idílico romance acaba por destruir mi atracción por la doncella:

Aunque ya no existe la logia prima de data antigua y las nuevas gentes del río son muy dadas a la mezcla, las relaciones con muchachas externas al sagrado clan de archilunáticos terminan siempre convirtiéndose en problema. Aunque todos lo disimulan muy bien, recuerdo que alguna anterior relación de Musti con una muchacha que aunque limpia y muy honesta, era de gattung algo étrange, no llegó al altar tal vez, no me atrevo a afirmarlo, por indiferencia  del séquito interno y muy seguramente también, de su intolerante e intolerable familia. Mi hermana, quien aún conserva la estoica referencia de un pasado irrecuperable tras siglo y medio de pérdidas, suele ser algo dura al respecto,  yo  en  lo  particular  odio  todo  eso y me declaro 

febril y amotinado, pero al final y en lo más secreto de mi alma sé que a pesar de proyectar la imagen de un gentil profeta, en cuanto al intercambio permanente de fluidos, puedo llegar a ser tan estricto como el más antiguo de los cerdos. No obstante y pese a las cínicas apreciaciones que Casul en su momento profirió al respecto , tanto a mí como al señor D'Pabí esta muchachita nos parecía excelente, dotada de una gracia casi antigua, cosa escasa   hoy  en  día a  este  lado del  río, algo  que   tanto  Lihfa,  Poztti, Casul, 

 

 

 

 

Menicus y Zmnetta, como la horda neoliberal de ultra-farsantes, nunca llegarían a apreciar, ya por temor a verse tildados de anticuados o por salvaguardar el pérfido honor de sus recientes logros. La única verdad en todo este asunto es que no hacía mucho me había envuelto yo con una muy joven de similares características, habiendo terminado malherido en la ventrícula izquierda y en el hemisferio norte del espíritu, con resaca prejuiciosa y la leve sensación de haber sido violado.

[1]Nombre con que se les conoce a estos muchachos dedicados al oficio de lancheros, en su mayoría ex-adictos expulsados de los guetos de Falopia.

[1]Especie de mutación félida poseedor de un apetito sexual insoportable.

 

Cobarde, minuciosa, lentamente y mientras atracamos, retiro mi mano con despreciable indiferencia para abandonar por siempre tan fraudulenta empresa. Entonces sucede algo inusitado: Paricarnia incauta se da vuelta y con el reflejo de la luna en sus ojos, lenta y magnífica se clava de nuevo en mi alma o allí cerca, haciendo de mí devoto pretendiente, osífrago y arrecho. Caigo ciego al averno  de la súbita contradicción e inmóvil me quedo en el interior de la embarcación enfilando nuevas intenciones, mientras le pago al cubhoy y recupero el aliento. Al fin recibo el cambio y subo raudo la escalera, sólo para observar como Casul toma ya posesión de la doncella y tras un acalorado e impetuoso beso la conduce al interior de la isla con la seria intención de penetrarla. Casi deseo entonces convertirme en animal para poder arrebatársela, pero la vida es cruel y me ha dotado de un temperamento gentil y un celebro colosal capaz de convertir la más adversa situación en una absurda enfermedad, para mi alma escéptica al amor, cruenta y benéfica. Así, mientras el reto afianza más mi posición de macho alpha, puedo sentir en el lúbrico destello de esa última mirada, la triunfante humedad de una violación a control remoto.

 

Cuánto me gustaría hacerle mía bajo la ocracea exhalación de alguna tarde agonizante, con el otoño reventado en la fértil rosedad de su vientre, de sus labios inflamados... infantiles y calientes. Que advenedizo y lustroso podría ser mi devenir por ese cándido musgo, ebrio de emancipados sudores y tórrida humedad libido estoica.., cómo me sentaría explorar aquellos pliegues olvidados e incursionar en ellos con el ímpetu tenaz de un sibarita desbocado. Pero ya no sería yo quien habría de deflorar el himeneo en desuso: delirante se entrega ahora la doncella a la primitiva y subnormal ebriedad de Casul que locuaz vocifera exabrupto un grotesco discurso  acerca  de  la  densa  magnitud  de  sus  vellos 

 

El fulgor enfermo de una nueva era de oro brilla en mis ojos mientras las agujas del reloj marcan el inicio de un nuevo día.

 

ENERO 19

 

La fiesta continúa...

Maricones elegantes y largas zorras viejas conversan plácidamente sobre un gigantesco sillón redondo, en cuyo centro raquítico un adolescente  utiliza un racimo de uvas a manera de dildo, a la vez que interpreta un saltarello con cómicos toques de danza macábraki, mientras  los  allí  sentados  devoran 

anales. Mientras híspida se humecta nuestra dama, simpático y fronterizo el marinero tras rasgarse la camisa, expone ante el estupor de locales e invitados la palidez sepulcral del torso de un labriego contrastada con el pigmento siena de unas muy grandes tetillas. Entonces me pregunto si es ese bruno pezón el que ha causado aquel furor uterino tan de prisa... o es acaso el olor a hogar de una cuna improvisada apenas a medio siglo de distancia, o el recuerdo patético de un padre entregado a la bebida. Fapduleo aparece para disipar mis dudas y sonriendo me cuenta que la reciente pareja comparte el pasado mediocre de haberse ordenado como legos en la misma cofradía. Es ahí cuando realizo que nada puede ser más perfecto: la unión de Casul con Paricarnia desbarata cualquier vínculo de los altos miembros de mi tripulación conla miserable jauría de parias encabezada por mi ex-chofer Dug Dimas Agno, y así, libre de la fétida influencia que esas ratas de puerto ejercen sobre mi otrora fiel marinería, un futuro carente de rebelión e intriga se abre para el Atroz y su notable propietario.

En cuestión de minutos llegamos a Vitreum, donde desciendo cabal y orgulloso de mis nuevas dimensiones. El lugar está atestado de bufones lampiños, cuarentones en busca de festín y díscolas jovencitas extasiadas en sudor y comezón en las entrañas. Bebo cuanto puedo y nutrido de valor abordo a un par de gentiles damiselas con las que abandono el popular antro hacia una fútil vivienda ubicada en la parte antigua del puerto, decadente hogar de pseudo-intelectuales, advenedizos extranjeros y traficantes de lefpas y otros moluscos tóxicos.El pequeño recinto está completamente a oscuras  y descansan allí más de una docena de jóvenes rapados que al son de rutilantes afonías copulan, consumen anélidos y  inyectan las cabezas entre sí.

 

 compañeras, tras haberse venido en repetidas ocasiones restregando insaciables los febricitantes musgos, donde me corrí varias veces con la sapiencia neutra de haberlas fecundado.

Todo fluye lento, como en el infierno explosivo y carnal del Acuario Nuclear.

los frutos que graciosos descienden de aquel árbol imberbe. Trato de entablar conversación con algunos de ellos pero mi total carencia de pudor e ignorancia acerca de los últimos rumores que se suscitan en el vulgar medio de la producción de telenovelas, hace que mi participación en semejante cónclave sea del todo obsoleta.

Víctima de la impugnación y el antagonismo de esas gentes, me veo forzado a huir del lugar en una góndola que capitanea un extraño sujeto peinado a la Alphonse Daudet, quien no cesa de inyectarse un oscuro líquido viscoso en la parte posterior de sus enormes orejas. No aguanto la tentación de pedirle un poco y apenas la aguja hace contacto con mis venas, compruebo que semejante droga es un intenso afrodisiaco que obstruye la visión e inflama la pértiga al punto de adquirir proporciones jamás imaginadas.

 

 

La más joven de las damas se aferra enfática a mi pértiga y así me conduce a un elegante toilet rojo donde comienza a deshacerse de sus prendas. Lentamente deja caer las esclavinas, una a una, para descubrir un suntuoso brial de terciopelo azul que resalta su invernal semblante y el fulgor carmíneo de sus labios. La beso, tratando de consumir su boca por entero y recorro con mi lengua alcoholizada el óvalo marmóreo de esa cara melancólica, suntuosa evocación Pre-Rafaelista. Cierro los ojos y aún alucinado por esta Lady de Shallot reencarnada, no puedo evitar pensar en Paricarnia, la perversa primavera de su boca y el suave olor de sus ebúrneos cabellos.

 Casi al borde de un llanto ebrio y repentino abro de nuevo los párpados y aparece ante mí una magnífica figura saturada en carnes, de melena áurea y ondulada, neumática sacerdotisa tribal de generosos pechos y amplias nalgas respingadas. Consciente de la nueva aparición la joven Lady de Shallot voltea hacia su amiga y le besa sin desprender su mano de mi pértiga, que ahora se yergue pletórica y brillante, exaltada ante la presencia de aquella recién manifestada anatomía, que grácil evoca la    emotiva   voluptuosidad    dorada de  un   cuadro  de 

Rubens. Entonces sólo quiero poseerlas, pero mi neófita actitud es enseguida rechazada  y soy derribado al suelo y sometido, quedando prácticamente de cara al problema y así vencido, empiezo a percibir el embriagante efluvio que emana del sexo oculto tras la rizada y flameante geografía que sobresale con abundante generosidad a través del meridiano incólume de las voluminosas posaderas, mientras ella se dispone a morder del mástil de proa, en cuya tersa punta roma y febril, reluce como un pulsar, una gota de lubricante. Antes de que pueda sentir los favores ácueos de su lengua, la soberbia walkiria posa sobre mi cara los inflamados pétalos que guardan en su interior un clítoris rosado y candente como una enorme cereza morrasquina.

 

Tras una corta sesión de sungibungi me incorporo de nuevo aún más exaltado para encontrarme ahora con el ralo triangulito de Lady de Shallot, quien tras sus pupilas lascivas me ofrece desde arriba la humedad escondida de su felpuda intimidad. Prefiero entonces aventurarme más allá de ese ecuador tórrido y fuliginoso, hacia el septentrional ombligo, o tal vez más arriba, en los suaves albores de sus firmes tetas breves.., coronadas de doradas aréolas y jugosos petalines de otoño. Es allí donde goloso me concentro tras clavarle mi pértiga en aquel agujero maravillosamente aterciopelado y virgen, que lúbrico me transporta hacia otras épocas: aquellos tiempos del  chicle cuando más masturbaba mi elegante anatomía.

Las horas transcurren diletantes en ese cuarto de bóveda asimétrica, maciza, de hormigón y piedra, que apoya su cascaron esférico en las enormes columnas en que está semi-empotrada, donde el barroco como el moho brota a lado y lado en un pesado conjunto de decorados, del que caen los tapices escarlatas de complicados brocados que cubren las paredes del recinto. Del centro de la cúpula se desprende una magnífica  araña de cristal y justo debajo de la misma, reposa un suntuoso arcón tolosano de tallas varias que se funde con la vegetación lujuriosa de la alfombra, sobre  la  que  yacen  exhaustas mis estupendas

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